Pendiente...
Mezclándose entre la gente, parecía un cualquiera
mas dentro de la masa de cualquieras que ocupaba la acera. Caminando con
un gastado balanceo de pasos parecía un perdido y solitario perro callejero capitalino.
Pasaba inadvertido fácilmente, mientras en su cabeza se agolpaba el hecho que
estaba a punto de cometer. Las paredes de su cráneo, semejaban una
botella llena de humo rojo, continente de su ira ascendente... Mientras caminaba, pasó la mano izquierda
nerviosamente por el pelo mientras la
derecha palpó la frialdad del acero pegado a su muslo, se repetía
mentalmente su mantra personal... soyunpendejoinofensivo...parezcounpendejoinofensivo…, y a intervalos regulares, de diez minutos repasaba la rutina mental
que había trazado con cuidadoso esmero durante meses y meses, y pensaba en
las eventuales intervenciones de las voces que escuchaba y que parecían
interponerse entre el y su retorcido concepto de justicia.
Abordó el bus y se sentó cerca de la llanta
trasera izquierda, junto a la ventana, del morral extrajo una gastada edición de un libro de poemas
de Rabindranath Tagore y , tras sus anteojos redondos y su desvalida
apariencia de estudiante medio pobre, se dedicó a fingir que leía mientras el bus atravesaba la ciudad y el
reloj partía certeramente la tarde en
dos cuando dieron las cuatro.
Llegó a su destino quince minutos antes de lo
planeado, por lo que consideró la posibilidad de esconderse en algún comercio
cercano al lugar de su propósito. Una heladería resultó perfecta. Pidió a la
empleada una nieve de guanaba, mientras consultaba su reloj de plástico barato.
Pagó y se fue caminando rumbo norte, mientras devoró con deleite el cono y
encontró la esquina en la que debía estar en cinco minutos. Absolutamente todos
sus demonios y fantasmas, le pesaban en la espalda, acompañándole en aquel momento…, sentía la excitación
de la antesala recorrer todos sus nervios y la adrenalina se le manifestó
taquicárdicamente. Respiró profundo, intentando relajarse. Se repitió a sí mismo que ya no había otra opción y que
todo estaba decidido. Que era hora de hacerlo…, Vió, entonces, la reluciente figura del convertible
negro cruzar en la esquina y detenerse ante la luz roja del
semáforo... vio el cabello de ella y la sonrisa idiota de él, mientras se
volteaba a verla y le acariciaba libidinosamente el escote…, la intensidad de
su rabia igualaba la erupción de un volcán,pudo contemplar la picardía de ella dibujada en su
perfil y una brizna de su perfume le inundó la nariz mientras sentía la cabeza
estallarle…,caminó desde la acera mientras su morral escondía el revólver que
empuñaba en la mano derecha. Se detuvo al hasta estar frente al
ostentoso auto. Allí se detuvo, giró y sacó el .357 al tiempo que disparaba seis veces. Tres por lado. Mantuvo la mano abajo y corrió alejándose, arrojando el revólver a la alcantarilla, enmedio del silencio que sucede al estruendo, como en las películas de
gángsters.
Atravesó la calle y se escabulló en un callejón
aledaño, mientras comprobaba que nadie le seguía, sacó su cambio de ropa
del morral, se cambió en el tiempo estimado y, asumiendo su mejor cara de
despiste abordó un bus en la cuadra siguiente. Esperó los periódicos del día
siguiente y la sorpresa le hizo derramar su taza de café matinal. La angustia
hizo presa de él cuando comprobó que no había logrado su mortal propósito.
Unicamente estaban heridos…Maldijo y estrelló los nudillos contra la mesa… no
importa, pensó: Siguen pendientes.
RA/ra
22/06/
MMVI
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