Hacer click!






Lo recuerdo como si hubiera sido ayer: aquel momento en que crucé la puerta de un misterioso y pequeño cuarto hecho de madera, construido sobre el corredor de la vieja casa de mis abuelos y me inundaron las fosas nasales un peculiar aroma que a casi 40 años de ese evento permanece grabado a fuego en mi memoria... 


Mientras que al traspasar la delgada puerta de madera,  el misterio del contenido de aquel pequeño y oscuro universo, se develó parcialmente ante mis asombrados ojos de niño: Sobre una mesa apolillada y paticoja,  dormitaba serena una  misteriosa máquina  gris,  semejante a la cabeza de un cíclope mecánico,  que con su único ojo apuntaba en dirección perpendicular al medio carcomido tablero...  


Del techo y las paredes interiores de aquel rectángulo oscuro, colgaba una solitaria bombilla roja rodeada de una multitud de grisáceas serpientes enroscadas con infinitas siluetas en blanco y negro decorando sus lomos agujereados de acetato, mientras que de una respetable familia de botellas de vidrio color ámbar de distintos tamaños,  emanaba parte de aquella  particular mezcla de aromas  que saturaba mi olfato.


Al lado de las botellas, apiladas ordenadamente varias cajas rectangulares de cartón, de distintos tamaños, permanecían selladas con masking tape. 


Persistía en mi cabeza rondando entonces la gigantesca interrogante de qué se alimentaría el monstruo dormido y cuál sería la utilidad de haber creado aquel inolvidable  sub universo oscuro y peculiarmente aromático, en el mismo patio que me vió jugar de niño... hasta que una noche, en que quizá tendría 6 ó 7 años presencié el milagro....


En el rojo interior del cuarto misterioso,mientras sonaba canción de Marco Antonio Muñiz en el comedor,  mi padre y mi tío, me permitieron acompañarles al interior del cuarto y los devolver a la vida al cíclope, pues luego de sacudirle el polvo y  alimentarlo insertando cuidadosamente el fragmento de una de aquellas serpientes de acetato en medio de una delgada abertura lateral, abrió su único y metálico párpado y brotó un potente chorro de luz blanca, que luego de algunos ajustes en el lomo de la extraña máquina animal mitológico, proyectó el rostro de mi hermanita recién nacida sobre un vidrio bajo el cual se ubicaba una pequeña e inmaculada hoja de papel blanco. 


Luego de breves y eternos segundos, mi tío retiró la hoja de debajo del vidrio y sosteniéndola con la pinza, la introdujo en la bandeja blanca, llena a la mitad de un líquido transparente y de penetrante olor, marcada con una R, y encendió la luz roja.  Poco a poco el papel se fué llenando con las inconfundibles facciones de mi hermana, transformándose ante mis ojos, milagrosamente, de insignificante papelito blanco en invaluable retrato. Fué entonces, que comprendí que la magia sí existe. Y que todo comienza con  un click: En ése instante, aunque entonces, no lo dimensioné, me enamoré de la fotografía para siempre.













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