Soledad, nostalgia y ron

Despertó sobresaltada con una indescriptible sensación de pesadumbre mezclada con unas gotas de miedo en el interior de su torso desvelado y semidesnudo. La cortina danzaba cadenciosamente con el viento que entraba por la ventana mientras en su cabeza giraba, como un terco zancudo el recuerdo de aquel imbécil que jamás volvería.

Un tanto tambaleante, se dirigió a la cocina a servirse un vaso de agua..un tanto temblorosa,  encendió un cigarrillo en medio de aquel manto de oscuridad infinita, mientras sus pies la sostenían con dificultad  a consecuencia de la nutrida borrachera.

Volvió a la cama, tan silenciosa cómo una gata,  envuelta en su gastado camisón y se acostó procurando no despertar al inútil bulto de su marido que con sus intensos ronquidos, le recordaba  el gruñir de los cerdos. Repentinamente, un delgado hilo de luz de luna se coló por la ventana mostrándole el inconfundible rostro de niño pendejo que reposaba en la almohada. Un relámpago de ternura iluminó su alma vieja y amarga,  y le provocó un sentimiento cercano a la culpa y permaneció observando el techo de su habitación mientras reflexionaba en los años de infelicidad compartida y acumulada con el pobre hombre despersonalizado y manipulable, con quien compartía la vida desde que aquel imbécil que jamás volvería se había largado con un portazo que aún le resonaba en la memoria.

En aquel momento, se reconoció mala compañía para cualquiera, incluyéndose a si misma. Decidió poner fin al giro sin fin de la ruleta de sus pensamientos, con hielo y la bebida de su predilección. Con la agilidad de un fantasma, se levantó nuevamente y se dirigió decidida a servirse medio vaso de dorado ron con dos cubos de hielo, mismo que paladeó con deleite mientras permanecía en la silenciosa contemplación de la noche, desde la comodidad de su sillón negro.  En medio del silencio alcanzó a escuchar la respiración agitada y jadeante de la pareja de jóvenes recién casados que ocupaban la casa de al lado lo que le produjo el mismo efecto que causa colocar un chorro de jugo de limón en una herida abierta. Su casi olvidado instinto sexual despertó provocándole un amargo sentimiento de soledad y derrota profundas. Su corazón se llenó de telarañas y el espacio destinado a sus sueños se saturó de cenizas, mientras escuchaba el rumor de las olas del mar, golpear la playa en una rítmica cadencia.

Jamás imaginó que del otro lado del océano, en una habitación tan llena de dolor como su estancia y sentado en otro sillón negro, borracho de añorarla, con otro vaso de ron a medias en la mano y con cinco millones de lágrimas inundándole el pecho mientras sostenía su recuerdo en la otra mano, se encontraba aquel imbécil, que jamás volvería.

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